Remontándonos al desván un día me
llamó la atención un busto de arcilla roja sin cocer, según decía la abuela, él
era el culpable de que las monedas se encontrasen en poder de la familia, él
fue el que en un viaje con desconocidos, al enterarse de que se encontraba
dicho dinero en poder de ellos consiguió atraparlo y salir huyendo sin dejar
rastro.
El busto estaba desgastado por la
parte del brazo derecho, y cada vez que subía con la abuela le preguntaba lo
mismo, ¿abuela, qué le pasó al muñeco en el brazo? -¡Cayá y no preguntes! Así
no había manera de enterarse de nada.
Un día estaba jugando con mi primo al
escondite y el rincón favorito eran los bajos del fogón, allí acurrucada detrás
de la cortina, mamá estaba con Anita; la criada, haciendo la comida y la
conversación era sobre el “tío” Jacinto, Anita le preguntó a mamá, ¿Qué fue de
su hermano Jacinto? -Nunca sabremos qué pasó, según algunos caminantes, lo
vieron rondando el pueblo y el brazo derecho lo había perdido a consecuencia de
una enfermedad. La abuela en castigo no quiso cocer el busto y con el tiempo se
iban desprendiendo trozos que con rabia se iban echando al pozo.
Una noche tronaba y los rayos
iluminaban todo la tierra, la abuela miraba por la ventana viendo la tormenta y
cuando un relámpago iluminó la zona del pozo, vio como una mano gateaba brocal arriba.
Buenas tardes amigos.
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