Llamé a mamá, abre que no quiero estar aquí.
La oscuridad era total, siempre me ha dado miedo. Creo que de allí me viene el
miedo a ella.
No había paredes todo era blando no había
salida por ninguna parte. Empecé a pensar, este encierro será para mucho tiempo;
me asustaba. Oía voces, pero no veía a nadie. Las voces eran conocidas, eso me
tranquilizaba. Siempre eran los mismos
nombres. Estaba deseando de saber a quién le pertenecía a cada uno. Mi
curiosidad iba en aumento. Por mucho que hablaba con mamá, no me hacía caso,
Dormía de vez en cuando. Eran momentos en los que no deseaba salir, allí, se
estaba bien.
Mamá cantaba, y la música me hacía olvidar.
Esa mañana de enero, estaba cansada de no
conocer el mundo. Cuando hablaban los de fuera siempre decían lo mismo, -ahí,
es donde mejor se está. Mamá acariciaba su vientre y decía. Espera, no tengas
prisa, hace frío y mantas pocas.
No entendía. Mis ansias de ver lo que ellos
comentaban eran más fuertes me revelaba y pateaba, daba igual, el tiempo corre.
Mientras ellos conocían todo.
Un día hablaban de la lluvia. Como
disfrutaron el ver de llover, ¡y yo sin saber qué era eso! La abuela María,
-así la llamaba mamá- un día hablando, le dijo. -Mira Antonia, cuando venga la
niña le tienes que poner mi nombre. Es bonito, y cuando sea mayor ella lo
lucirá con orgullo. Lo paseará por el mundo cosido a su piel y te sentirás muy
contenta de haber acertado, sabes que no siempre se acierta con ellos-.
Mientras escuchaba, he iba conociendo el tono de sus voces. ¡Pensaba!, -Cuando
salga, voy a conocer todo lo que ahora me están negando. Y no entendía el por
qué de tan larga espera.
Una noche llegó papá y le comentó. A mamá. -Antonia, ¿tienes la canastilla de
la niña preparada?
-Sí,
la Señora Justa tenía la de sus hijas, y me las ha vendido, me las ha dado a
buen precio. Yo le he dado una lata de aceite ¡De las que traes del molino! –Me
quedó grabado eso del molino, ¡pensaba! ¿Cuándo voy a ver todas esas cosas? ¡Y, el aceite!, ¿qué
será eso? Lo del aceite, el pan, patatas y tantas cosas como me rodeaban y yo
sin saber de nada. La oscuridad y yo solas en aquel habitáculo donde mamá me
encerró. ¡Pensaba muchas veces!, ¿no abría otro sitio? Por dónde a la vez que
el encierro se pueda observas lo de fuera. Pero no, por lo visto ese era el más
adecuado.
Así, seguía mi vida encerrada en no sé dónde
y aprendiendo de las voces que me rodean, sin conocer nada de nada, hasta que
mi madre quiera.
Esa mañana llamé a mamá, lloraba y quise
saber por qué. Mamá me hizo caso y al salir, se enfado conmigo. Lo primero que
me dijo, -eres cabezota, ¡pero, tú verás! ¡Fuera, a pasar frío! Mamá se enfadó
porque estaba lavando, todavía la quedaba ropa. Y la tuvo que dejar para
atenderme a mí. Me lavó, puestos los pañales, y me dejó acostada. Mamá intentó
seguir con la ropa, pero llegó la señora Justa
- vecina de mamá, y se puso en la pila para terminar la colada.
Yo miraba para todos lados, pero no entendía
de nada. Buscaba las patatas, el aceite, la lluvia y allí, no veía nada. La
Abuela María estaba en la cocina, la miraba y solo vi una cosa sin distinguir.
Al rato vino y me sacó de donde me había acostado mamá, entonces comprendí que
era la abuela. Me dio unos achuchones y dijo, a la cuna. Desde ese momento
empecé a conocer todas las palabras que había escuchado desde el saco.
Mamá estaba –según ella- haciendo la comida.
Dijo a la abuela, -da me la botella del aceite, la necesito para la comida. Abrí
los ojos y miré lo que la abuela le daba algo. Todo era nuevo para mí y todo lo
que quedaba por ver. Lo más importante era papá, llegaría pronto para darme el
abrazo que tanto esperé.
Al rato de dejarme la abuela, vino una cosa
pequeña, y se acercó a la cuna. Me hizo una caricia en la cara, y con algo me
dio un golpe en la cabeza, me puse a llorar y la abuela se acerco. ¿Qué pasa,
ya le estás pegando a tu hermana? ¡Pues pronto empiezas! ¡Anda, déjala dormir,
ya jugareis cuando crezca!
Ese fue el primer encuentro con mi hermana.
Así, siguieron mis andaduras por el lenguaje
y al día de hoy, sigo sin saber nada, de nada. Es tan amplio el lenguaje
Español que moriré sin terminar de saberlo.
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