jueves, 19 de julio de 2018

Las vacaciones de los años setenta y cinco



Se les pueden llamar como quiera, ¿pero vacaciones? Bueno. Allá, en aquellos años embarcamos una familia con nuestros tres hijos y con  ganas de conocer un mundo desconocido. Nos llevamos a los suegros, los cuñados el hermano de mi suegro, su esposa y su hija. Camino  de Punta Umbría. (Cádiz). Nosotros en nuestro flamante seiscientos color azul oscuro. No sé como él pobre aguantó tanto peso iba hasta la bandera; ¡Aguantó!.
A mitad del camino nos encontramos con el depósito de gasolina a cero. Pleno agosto, en medio de la carretera. Por allí no pasó ni un alma, tirados en medio de ese desierto. Estuvimos horas hasta que uno de los coches se acercó a una gasolinera.
El famoso seiscientos en él no cabían ni nuestros pie.
Llegando al destino nos encontramos un apartamento con dos habitaciones cocina y un hermoso comedor. Lo mejor era una terraza que daba al mar, allí pasamos las mejores horas.
Distribuimos las cargas de trabajo. Mi suegra se encargó de ello. Ella, la casa, mi cuñada los niños y a mí me encasquetó las comidas; ella la cocina no le gustaba. Hasta hay bien. El hermano de mi suegro estaba en el apartamento contiguo.
El problema no era la convivencia la verdad no había problemas. ¡Los hombres! Bueno, en aquellos años, nada.
Los problemas empezaron a surgir cuando tuvimos que sacar los bártulos del coche. La olla, sartenes, lentejas aceite, medio saco de patatas, buenooo, el pedido de todo lo que se suponía que íbamos a necesitar. Nuestras intenciones era no gastar ni un céntimo por no gastar hasta el aperitivo se iba mi cuñado a la playa a coger coquinas (Almejas pequeñas) El pan era lo único que se compraba, ¡Y, por qué se pone duro, si no!
Un día prepararon un viaje  a Palos de Moguer, allí vivía una sobrina de mi suegro, todos rumbo al pueblo con el cocido en la famosa olla a presión y  una tortilla de patatas. Al llegar se enfadaron al ver la comida ellos tenía preparado la suya. Llegó la hora de la comida, y la sorpresa fue mayúscula. Nos tenían preparado un baño de caracoles. ¡Madre! En mi vida había visto tanto bicho junto. Gracias a la tortilla y el cocido pudimos aliviar el hambre.
Nos llevaron a ves la Gruta de las Maravillas Eso si fue un gran acierto nunca habíamos visto nada igual, La Rábida, y el pueblo, por fin las vacaciones salieron de lo normal.
Las Gruta, como su nombre indica; una maravilla.
La gran extensión de sus lagos, la abundancia y variedad de formaciones, de ello hacen de este complejo subterráneo el conjunto de gran belleza y vistosidad.
Descubiertas a finales del XIX en 1914. Se abre al público como la primera cueva turística de España.
Las formaciones de Estalastitas y Estalagmitas. Todo un mundo de persistencia del agua. Las piedras y el tiempo han ido formando para el recreo y la imaginación del hombre. La magia del lugar quedará de por vida en nuestra retina y guardado con celo en nuestra mente.
El problema se presentó cuando hubo que pagar la entrada. Los hombre que todo lo decidían, dudaron en gastarse unas pesetas. Después de mucho debatir; al final se consiguió.
Hoy visto desde internet, la belleza es aún mayor  esta mejor cuidado e iluminado.
Terminamos la visita quedando para comernos una paella en los apartamentos de Punta Umbría. Quedado el día y la forma de comprar los mariscos.
Se apuntaba de todo, langostinos, calamares, gambas, rape, en fin, todo lo necesario para que nos luciésemos.
Ahí, quedo la cosa, apuntado en el papel que luego se llevaría el viento. Todos tan generoso oh, la falta de dinero hacia que en lo primordial fallase el personal.
Desde  Palos de Moguer se encargarían de traerlo. El día señalado. Pasaron las horas y nadie se presentó. A dar la hora de comer  se tuvo que preparar unas sopas y huevos fritos.
No hay que echarle las culpas a nadie de todos es sabido que cuando falta dinero en el bolsillo se esconde el personal.
Pasaban los días y estábamos encantados playa, paseos y disfrutar de un entono nada habitual.
Una noche vino una hija del hermano de mi suegro y propusieron que se cenase en un chiringuito de la playa. Allí nos fuimos las cuatro familias con sus correspondientes hijos. Pescadito frito y una ensalada. Todo nos perecía carísimo aguantamos el chaparrón y nadie dijo, ¡Bueno, esto no es cena ni nada! Cuando llegamos a casa, tuvimos que tirar del queso y la patatera.
¡Eso sí! Nos reímos “lo nuestro”, Preguntando. ¿Quién se ha comido el calamar que me tocaba? ¿Y, la lechuga, sino la he visto? Tuvimos risas para el resto de las vacaciones.
Lo malo fue cuando cambió el tiempo. A medidas que el sol iba desapareciendo empezaban a aparecer mosquitos; qué angustias, allí no había quien parase.
El día siguiente una de las familias que estaban en otro apartamento nos encontramos en la playa, y comentaron que ellos se marchaban después de comer, ella decía. Me han picado los mosquitos en todas parte del cuerpo y solo les queda picarme entre uña y carne.
Ni en la calle ni en casa nos dejaban descansar. La terraza solo era para el desayuno.
Mucho que contar de las primeras vacaciones. Pobres pero con buena compañía son extraordinarias.
                                  21-7-2017   Joaqui.

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