Veintisiete de julio, noche calurosa como corresponde a
Extremadura en estas fechas.
Mariela esa mañana canturreaba limpiando su casa. Terminada
esta, le tocó el tuno al corral. Era grande con paredes de piedras, lucidas y
encalas en blanco brillante. El sol, a esas horas de la mañana estaba tímido, y
no lucia con fuerza. Los árboles echaban su despojos que ella se encargaba de
quitar. En él se encontraba un naranjo, un, limonero, y un olivo. Las macetas
más bonitas del pueblo, estaban allí. Las Hortensias con sus hermosas flores. Siempre
protegidas a la sombra de los árboles. Los geranios tan agradecidos con la gama
de colores. Las Pilistras, ésta, tampoco
quieren ver el sol de lleno. Mariela conocía sus plantas y las ponía a buen
recaudo. De la puerta de la cocina colgaba una cortina que Mariela sujetaba en
las alambres de tender la ropa. Estas las mojaba para darle frescos a la casa. En
medio del patio se encontraba una mesa con una base de ladrillos puestos de
forma que quedaba hueco para entrar las piernas. Con una piedra de granito redonda
de un buen tamaño. Allí, esa mesa servía para ser utilizada en gran parte del
año. Alrededor estaban unas sillas de Enea,
Del pozo sacaba el agua, siempre decía que esa agua era mejor
para ellas.
El patio daba a las traseras de la casa, allí se encontraba
una puerta para entrar el ganado y para el carro de Narciso. Puerta grande como
mandan estas necesidades.
Ahora solo sirve para mirar los campos secos de esta tierra.
Terminado el trabajo Mariela se preparó un café, y se santo en
su silla y apoyada en la mesa. Estaba saboreando su café, sin prisa, nadie la
esperaba. Le pareció escuchar un ruido en la trasera de la casa, le extrañó,
por allí solía pasar poco personal. Escuchó unos golpes en la puerta. Espero.
Al rato volvieron a sonar. Fue a abrir. Allí se encontró con un vecino del
pueblo. Hombre de unos sesenta años, que ella conocía.
Hola don Justo, ¿qué hace Ud., por aquí lejos del cortijo? –Hola
Buenos días Mariela, he venido a hablar contigo. –Pase, no se quede en la puerta.
Mariela, dejo la puerta de par, en par.
Don Justo entró con paso lento, como corresponde a su edad. Mariela
le ofreció un café y le acercó una silla a la masa.
Don Justo empezó hablar con suavidad.
-Mira Mariela, sabes que mi esposa murió hace tiempo y el
cortijo necesita unas manos como las tuyas. Que tengan redaño para llevar la hacienda
y se ocupe de las tareas de la casa. Allí no te va a faltar de nada, sabes que
las tierras dan de todo y te harías la dueña.
–Don Justo, se ha olvidado que tiene unos hijos y nueras para
que le lleven todos esos menesteres.
-Qué va, ellos solo se ocupan de pedir dinero y derrochar lo que tanto años me costó reunir.
-Es Ud., muy amable al haberse acordado de mí, pero, en estos
momentos no entra en mis planes otra cosa que disfrutar de la vida, de mi casa ¡y
con el sueldo que tengo, me sobra para vivir!
Hay muchas chicas en el
pueblo, dígaselo, quizás ellas con su soltería, deseen otra vida.
Don Justo se levantó y cogió su camino hacia el cortijo.
Mariela siguió saboreando su café, ya frío, pero le supo mejor
que nunca.
12-7-2017 Joaqui.
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