jueves, 13 de agosto de 2020

El otoño



Se marchitan las pocas flores, que a duras penas quedan en las tristes macetas.

Todas las amigas de María estaban contentas, era la patrona de la Virgen de La Hispanidad, y todos los años, dentro de los festejos, el baile no podía faltar.

María y sus amigas se preparaban para asistir él.

Los vestidos domingueros las esperan. Compuestas, el grupo de amigas caminan al salón.

La alegría en sus caras, con cuatro pesetas en el bolso, para un refresco y algún puñado de pipas. El bolso hecho de tela ¡de un retal del vestido!, bolso pequeño, redondo, cerrado con una cinta que colgaba de su muñeca.

Esa tarde soleada llego a su vida un joven guapo que con una sonrisa y delicados modales la invita a bailar. Lo mira, y extrañada duda si esa propuesta iba dirigida a una simple chica, chica corriente. Le miraba tan asombrada y pesó, ¡Se ha equivocado de persona!, seguro que viene a por la lista del grupo. Atónita esperó que volviera a proponerlo. Y, este, repitió.
— ¿Quieres bailar conmigo?

En ese momento le tomó la mano, que María le extendió gustosamente.

Su cuerpo experimento una sensación tan sumamente maravillosa que flotando en el aire recorrieron la estancia. Le Miraba sin comprender como un chico tan guapo, se había fijado en ella.

Como el fuego su corazón ardía al apoyarse en sus brazos, brazos fuertes que cogiendo su cintura bailamos sin parar. La tarde inolvidable pasó tragándose las horas a un ritmo acelerado, intentaba con todo su corazón parar el reloj, pero él, no tuvo en cuenta sus ansiados deseos.

La nube que flotaba se fue desvaneciendo. La despedida puso fin al día, donde los sueños volaron, dejando el agridulce del deseo que toda chica, a sus catorce años, siente la necesidad ser abrazada por unas manos masculinas.

Al despedirse le dijo, —mañana te llamo. María al llegar a casa guardo sus ropas sin lavar para no perder el olor de su príncipe encantado.

La espera de un día, semanas, sigue sin ver la luz.

Han pasado ¡Tanto tiempo!, María lleva detrás de esas cortinas carcomidas, esa llamada, que entre cruzada se perdió en el pasado.

Sus sienes plateadas adornan su vejez, peinando cada mañana, no quiere ni pensar, que el tiempo pasado no volverá aferrada al recuerdo la soledad la consume lentamente.

Los pájaros revolotean en la plaza, son los únicos que le dan compañía.

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