domingo, 23 de agosto de 2020

El Encierro



Cinco de la madrugada de una noche del mes de abril.
Noche sin luna, las sombras poblaban la triste nave donde dormían.

El moho dominaba la estancia. Cada rincón lleno de trastos viejos inservibles, su desuso los dejó en la más inmensa ruina.

En una estantería, ¡que por extraño que parezca, siempre estaba limpia!
En ella se encuentra un cuadro donde dos figuras resplandecen, alegrando el lugar.

En él se veía una joven con un niño entre sus manos, niño pequeño envuelto en pañales blancos.

Una joven vestida de negro, toquilla gris, pelo como el azabache, recogido con un moño en la nuca.

Sus manos grandes y protectoras, sujetan con delicadeza el delicado cuerpo del niño. Su cara sonriente emana la dulzura transmitiendo el cariño y cuidados al bebe.

Cuando lo miran siempre permanece igual.

En la nave hasta los muertos tienen vida, a ellos los llevan al departamento del sótano, y allí permanecerán hasta que se recompongas sus huesos y poder huir al inmerso campo.

Una noche, uno de los cadáveres se levantó cogiendo su raída manta y echó a andar.


Las horas monótonas y aburridas las pasaban buscando libros viejos que almacenaban en el sótano, y mirando figuras raras pasaban las horas.

Una noche Javi y Juan, bajaron a ver qué encontran. Y uno de los guardianes nos oyó y los quedaron dos días sin comer, ─ ¡cómo si los demás día…!

Los guardianes los cuidaban mientras sus familias seguían desparecidas.

Todo era negro y confuso, el trato era tan distante que el único consuelo era estar al lado de los compañeros.
Las peleas eran sus juegos favoritos, hasta esperar con desconsuelo la mayoría de edad para salir del encierro.

Por las noches recorrían las estancias prohibidas. Y
galerías inmensas de las que se escondidas bajo tierra.

Las noches se les hacían eternas sin comprender que hacíamos aquí, unos niños perdidos en esta parte del mundo.

Cuando llegaron éran muchos, ahora, cada vez están menos.

Una noche descubrieron una habitación, vieja y sucia igual que las otras, y, en cima de una mesa había una maleta de cuero marrón, sujeto con un correaje y una hebilla cuadrada. Javi consiguió abrirla, y al quitar la tapa se retiró con gestos de espantos Juan se acercó y al mirar dentro sus semblante de horror le hechó par atrás, al ver los huesecillos de los dedos de las manos, esos que le faltaban a todos los niños.


Seguirán allí, hasta que la muerte.

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