La
tarde promete poco el calor se adueña de los cuerpos para moverlos a su antojo
y con ello te anula las ganas de trabajar, por eso he decidido limpiar el
armario de madera ese que se encuentra en el desván. Al subir por la escalera estás
crujen, sus maderas envejecidas y olvidada se quejan del poco uso, ellas
fueron la salvación de tanto trasto que allí se iba acumulando en los años de
esplendor. La familia se fue olvidando de los hermosos tesoros allí guardados,
en el armario que se encuentra entrando a la derecha era el favorito de mamá,
en él; cuando solo ganaba papá cuatro pesetas diarias, ella supo ahorrar algunos
céntimos que muchas veces sacaron de apuro la economía familiar; parece mentira
que una calderilla haga tanto, pero así fue. Al llegar cogí la silla de Enea
que aparcada en un rincón tantas veces sirvió del descanso de la abuela. Esta
era vieja con el asiento cosido con cuerdas entrelazadas con algún cavo suelto
pero no impedía servir plenamente. Me senté y disfrute la contemplación de lo
viejo y del hermoso, el armario se lo regaló el ama de mamá; para ella era algo en desuso
pero Antonia lo guardó como su primer tesoro. Él era de madera de Nogal, con
dos laterales fijos sus ocho patas asomando al aire y una sola puerta central, en ella se encontraba el único
espejo de la casa, dentro de la puerta estaban dos cajones en la parte de
abajo, los laterales fijos contenían los anaqueles para distribuir y ordenar
las prendas.
Al
abrir el cajón de abajo se desprendió las maderas frontal él se quedó fijo sin
poder sacarlo del carril, al tirar las maderas laterales se fueron doblando
hasta quedar una balda lisa y en ella unos papeles que; asombrada cogí, mis
manos temblaban pensaba que la curiosidad apagaría el encanto de dicho
mueble.
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Buenas tardes amigos.
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