jueves, 27 de junio de 2019

El aburrimiento Iª parte




La tarde promete poco el calor se adueña de los cuerpos para moverlos a su antojo y con ello te anula las ganas de trabajar, por eso he decidido limpiar el armario de madera ese que se encuentra en el desván. Al subir por la escalera estás crujen, sus maderas  envejecidas y olvidada se quejan del poco uso, ellas fueron la salvación de tanto trasto que allí se iba acumulando en los años de esplendor. La familia se fue olvidando de los hermosos tesoros allí guardados, en el armario que se encuentra entrando a la derecha era el favorito de mamá, en él; cuando solo ganaba papá cuatro pesetas diarias, ella supo ahorrar algunos céntimos que muchas veces sacaron de apuro la economía familiar; parece mentira que una calderilla haga tanto, pero así fue. Al llegar cogí la silla de Enea que aparcada en un rincón tantas veces sirvió del descanso de la abuela. Esta era vieja con el asiento cosido con cuerdas entrelazadas con algún cavo suelto pero no impedía servir plenamente. Me senté y disfrute la contemplación de lo viejo y del hermoso, el armario se lo regaló el ama de mamá; para ella era algo en desuso pero Antonia lo guardó como su primer tesoro. Él era de madera de Nogal, con dos laterales fijos sus ocho patas asomando al aire y una sola puerta central, en ella se encontraba el único espejo de la casa, dentro de la puerta estaban dos cajones en la parte de abajo, los laterales fijos contenían los anaqueles para distribuir y ordenar las prendas.

Al abrir el cajón de abajo se desprendió las maderas frontal él se quedó fijo sin poder sacarlo del carril, al tirar las maderas laterales se fueron doblando hasta quedar una balda lisa y en ella unos papeles que; asombrada cogí, mis manos temblaban pensaba que la curiosidad apagaría el encanto de dicho mueble.

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 Buenas tardes amigos.

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