jueves, 20 de junio de 2019

¿De qué se pude hablar hoy?



Habría tanto que contar pero siempre el pesar en algo concreto cuesta.
Muchos días voy comprobando que nunca estamos en el sitio correcto, unas veces por pereza, otras por que busca algo que en ese lugar no se encuentra, al terminal el día y meditas compruebas que no era eso lo que buscabas. Al encuentro con la almohada repites una y otra vez y prometes hacer las cosas bien al día siguiente, ¡pero nada!, sigo sin hallarlo.
Esta mañana en el entierro del “tío” Facundo; él pobre se ha muerto reventado de trabajar y la Manuela no ha echado una sola lágrima, ella se ha preocupado de servir los licores que con tanto esmero “tío” facundo guardaba para las ocasiones. En boca de las botellas se encontraba un trozo de madera atada a una cuerda y en ella un escrito del año que se tenía que descorchar, ¡mira qué casualidad! esta era para el entierro de su esposa. Le dedicaba un poema que decía. -Manuela de mis entrañas este vino lo beberé el día de tu marcha final y no pienses; qué deseo que llegue pronto, ¡No! pero, no te cansas de exigirme cada día más.
La Manuela rebuscando en la bodega encontró los vinos y recuerdos ya olvidados, cada uno escrito en láminas de maderas con el nombre y para la ocasión. En todas estaban con la fecha y el año de elaboración.
Para la boda de Engracia, ¡hay Engracia! Los vinos siguen el su sitio primitivo ella sigue soltera y; para rato. Para Manolito; Manolito hecho un hombre y sin deseos de unirse a una mujer. Para Asunción, esta se marchó y no ha dado señales de vida y para las defunciones de ellos dos; eso sí, de estas era de las que rebosaban la bodega. Manuela se pasó toda la mañana comprobando  hasta llegar a la estantería que se beberían en su entierro, cogió una botella y sentada en el suelo quitó el tapón y saboreando el caldo buscaba la diferencia del que se estaba degustando y al comprobar que era mejor el que se bebería en su entierro, empezó a cambiar las botellas y, botella va, botella viene. Cuando los dolientes contentos; se olvidaron donde estaban, uno cogió una guitarra y empezó a tocar.
La manuela borracha como una cuba bailo hasta el amanecer.  Por la mañana la comitiva llegó al cementerio y enterraron al “tío” facundo. No se recuerda un entierro tan alegre como este.
Días después la Manuela comentaba y delante del espejo le decía, Estarás contento con el entierro que te hicimos allí no hubo penas, ¡Para qué! las penas hay que dejar que pase el tiempo; ya se irán.
Buenas tardes amigos.  

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