Habría
tanto que contar pero siempre el pesar en algo concreto cuesta.
Muchos
días voy comprobando que nunca estamos en el sitio correcto, unas veces por
pereza, otras por que busca algo que en ese lugar no se encuentra, al terminal
el día y meditas compruebas que no era eso lo que buscabas. Al encuentro con la
almohada repites una y otra vez y prometes hacer las cosas bien al día siguiente,
¡pero nada!, sigo sin hallarlo.
Esta
mañana en el entierro del “tío” Facundo; él pobre se ha muerto reventado de
trabajar y la Manuela no ha echado una sola lágrima, ella se ha preocupado de servir
los licores que con tanto esmero “tío” facundo guardaba para las
ocasiones. En boca de las botellas se encontraba un trozo de madera atada a una
cuerda y en ella un escrito del año que se tenía que descorchar, ¡mira qué
casualidad! esta era para el entierro de su esposa. Le dedicaba un poema que
decía. -Manuela de mis entrañas este vino lo beberé el día de tu marcha final y
no pienses; qué deseo que llegue pronto, ¡No! pero, no te cansas de exigirme
cada día más.
La
Manuela rebuscando en la bodega encontró los vinos y recuerdos ya olvidados,
cada uno escrito en láminas de maderas con el nombre y para la ocasión. En
todas estaban con la fecha y el año de elaboración.
Para
la boda de Engracia, ¡hay Engracia! Los vinos siguen el su sitio primitivo ella
sigue soltera y; para rato. Para Manolito; Manolito hecho un hombre y sin
deseos de unirse a una mujer. Para Asunción, esta se marchó y no ha dado
señales de vida y para las defunciones de ellos dos; eso sí, de estas era de
las que rebosaban la bodega. Manuela se pasó toda la mañana comprobando hasta llegar a la estantería que se beberían
en su entierro, cogió una botella y sentada en el suelo quitó el tapón y saboreando
el caldo buscaba la diferencia del que se estaba degustando y
al comprobar que era mejor el que se bebería en su entierro, empezó a cambiar las
botellas y, botella va, botella viene. Cuando los dolientes contentos; se olvidaron donde estaban, uno cogió
una guitarra y empezó a tocar.
La
manuela borracha como una cuba bailo hasta el amanecer. Por la mañana la comitiva llegó al cementerio y
enterraron al “tío” facundo. No se recuerda un entierro tan alegre como este.
Días
después la Manuela comentaba y delante del espejo le decía, Estarás contento con
el entierro que te hicimos allí no hubo penas, ¡Para qué! las penas hay que dejar
que pase el tiempo; ya se irán.
Buenas
tardes amigos.
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