viernes, 15 de febrero de 2019

Dorotea



La estuve buscando por toda la casa no había manera de encontrarla, al subir la escalera escuché su maullido en lo alto del tejado. Dorotea se refugiaba allí cuando estaba triste, subí despacio las escaleras mis piernas no daban más de sí. Al llegar a la buhardilla la penumbra impedía avanzar, sorteando los miles de obstáculos pude por fin llegar a la ventana que accedía al tejado. Dorotea escuchó mis pasos y cerro la ventana. La llamé insistentemente, cansada de me senté en una hamaca vieja de mimbre; un balancín de papá.
Me quedé dormida y de madrugada sentí a mis pies las caricias de Dorotea, la acurruqué en mis brazos y con lágrimas en los ojos se refugiaba tapando la cara.
La intente tranquilizar ella no entendía lo ocurrido.
En ese momento le explique que no había comida para sus hijos y que en el campo estarían mejor, allí se harían gatos grandes y no les faltarían de nada. Se tranquilizó y buscó se cama al lado de la chimenea. Por la mañana le llevé su tazón de leche; qué no tocó, así estuvo una semana penando y dando vueltas por toda la casa.
El sábado de madrugada llovía, Dorotea abriendo la puerta salió en busca de los hijos que arrebataron.

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