La estuve buscando
por toda la casa no había manera de encontrarla, al subir la escalera escuché
su maullido en lo alto del tejado. Dorotea se refugiaba allí cuando estaba
triste, subí despacio las escaleras mis piernas no daban más de sí. Al llegar a
la buhardilla la penumbra impedía avanzar, sorteando los miles de obstáculos
pude por fin llegar a la ventana que accedía al tejado. Dorotea escuchó mis
pasos y cerro la ventana. La llamé insistentemente, cansada de me senté en una
hamaca vieja de mimbre; un balancín de papá.
Me quedé dormida y
de madrugada sentí a mis pies las caricias de Dorotea, la acurruqué en mis
brazos y con lágrimas en los ojos se refugiaba tapando la cara.
La intente
tranquilizar ella no entendía lo ocurrido.
En ese momento le
explique que no había comida para sus hijos y que en el campo estarían mejor,
allí se harían gatos grandes y no les faltarían de nada. Se tranquilizó y buscó
se cama al lado de la chimenea. Por la mañana le llevé su tazón de leche; qué
no tocó, así estuvo una semana penando y dando vueltas por toda la casa.
El sábado de madrugada llovía, Dorotea abriendo la
puerta salió en busca de los hijos que arrebataron.
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