viernes, 23 de noviembre de 2018

Noche de fiesta




Juan y Antonia se preparaban para ir al teatro. Esa noche sacaron del armario sus trajes más preciados, oh! ¡Cómo decías papá! El traje de la mortaja. Juan se puso su camisa blanca, traje gris, zapatos negros con calcetines del mismo color y su pelliza de pana marrón sin faltarle la boina negra; su amigo inseparable.

Antonia descolgó la ropa que guardaba con sumo mimo. Vestido negro, la combinación blanca y toda su ropa interior que entre pañuelos de seda guardaba para las ocasiones, media de seda marrón claro, zapatos de medio tacón con botones en el lateral para abrochar la tira. Los botones eran redondos pequeños y se abrochaban con una horquilla del moño. Su pelo recogido atrás en la nuca haciendo un adorno que recogía con una redecilla de malla fina, sujetas con horquillas de moño, su pelo ondulado hermoseaba su cabeza para resaltar la belleza, el abrigo negro que descolgó de la percha de madera ennegrecida y recia como los años que llevaba al servicio del abrigo de paño, sí, ese que llevó durante toda su vida. En el cuello un pañuelo gris que le dejó en herencia la abuela María “su madre” puesta la ropa pusieron rumbo al Cran teatro de Cáceres. Ya en el teatro, y la oscuridad del escenario  transmitía que en el transcurso de la obra se sonreiría poco.
Los personaje iban vestidos de negro y la historia era un drama familiar de esos que se casan con la que solo le trae desgracias. Terminan matado al que estorbaba y la vida de las familias se rompe.
Terminada la función fueron camino de la feria, comieron unos churros y seguido se fueron al baile. Allí estuvieron hasta el final. Y vuelta a casa.

Recorriendo las calles de Cáceres desiertas disfrutando de la mejor compañía cogidos del brazo recordando los buenos momentos de sus años jóvenes.
                                22-11-2018 Joaqui.

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