Juan y Antonia se
preparaban para ir al teatro. Esa noche sacaron del armario sus trajes más
preciados, oh! ¡Cómo decías papá! El traje de la mortaja. Juan se puso su
camisa blanca, traje gris, zapatos negros con calcetines del mismo color y su
pelliza de pana marrón sin faltarle la boina negra; su amigo inseparable.
Antonia descolgó
la ropa que guardaba con sumo mimo. Vestido negro, la combinación blanca y toda
su ropa interior que entre pañuelos de seda guardaba para las ocasiones, media
de seda marrón claro, zapatos de medio tacón con botones en el lateral para
abrochar la tira. Los botones eran redondos pequeños y se abrochaban con una
horquilla del moño. Su pelo recogido atrás en la nuca haciendo un adorno que
recogía con una redecilla de malla fina, sujetas con horquillas de moño, su
pelo ondulado hermoseaba su cabeza para resaltar la belleza, el abrigo negro
que descolgó de la percha de madera ennegrecida y recia como los años que
llevaba al servicio del abrigo de paño, sí, ese que llevó durante toda su vida.
En el cuello un pañuelo gris que le dejó en herencia la abuela María “su madre”
puesta la ropa pusieron rumbo al Cran teatro de Cáceres. Ya en el teatro, y la oscuridad
del escenario transmitía que en el transcurso
de la obra se sonreiría poco.
Los personaje iban
vestidos de negro y la historia era un drama familiar de esos que se casan con la
que solo le trae desgracias. Terminan matado al que estorbaba y la vida de las
familias se rompe.
Terminada la función
fueron camino de la feria, comieron unos churros y seguido se fueron al baile. Allí
estuvieron hasta el final. Y vuelta a casa.
Recorriendo las calles
de Cáceres desiertas disfrutando de la mejor compañía cogidos del brazo recordando
los buenos momentos de sus años jóvenes.
22-11-2018
Joaqui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario