Diez de la noche. El rayo abrió mi casa. Salí a pasear. La noche no
invitaba a recorrer las calles. El mal tiempo y la tormenta tenía las calles
desiertas.
Anduve vagando recordando mis años de juventud. Paseos, bares, vecinos
y familia.
Cuando llegué a la Plaza Chica, recordé las verbenas de mis años mozos.
Qué bien lo pasábamos la pandilla de
amigos. Allí conocí a mi Juana. Nuestras vidas siempre unidas.
Ya en la calle El Rinconcillo nº 14, me paré en la ventana, y a través
de los cristales vi mi Juana, sentada en la silla que le regalé el día de su
cumple año.
La llamé, y Juana no me contestaba. Canturreaba meciéndose en su silla.
Seguí vagando calle abajo, para entrar en la Plaza Cuadrada. Estaba tan
iluminada que di vueltas entre sus farolas.
Llevaba en rato buscando algo que no encontraba. En ese momento
entraron unos chicos y me acerqué a ellos, los saludé. Ellos siguieron su
camino sin mediar palabras.
Triste busqué el refugio en una farola y apoyada en ella lloré sin consuelo.
Así estuve un buen rato, y de pronto busque en el suelo, no encontraba mi
sombra por más que me movía entre las farolas. Comprendí cual era mi casa,
caminé hacia ella. Entré en el Campo Santo, dirigiéndome al pabellón 31 calle
primera. Y en el tercero derecha, Entre poniendo mi cuerpo de donde no debiera
haber salido y cerrando la puerta para permanecer el resto de mis años.
19-12.2012 Joaquina Campón.
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