lunes, 21 de agosto de 2017

Las velas de ayer






La noche esparcía sus negros manto arropando la ciudad. Los relámpagos se cruzaban avisando al pueblo de su enfado. Me senté cerca de la ventana, desde allí se divisaba la silueta de los tejados. Las torres de la ciudad antigua se achicaban al paso de la claridad que iluminaba el rayo.
Llamaron a la puerta, mí pensamiento se negaba a ir a abrir. No eran horas de visitas. La llamada insistió. Cogí la vela de cera que ¡encendida estaba en la mesa! Y fui al encuentro. Al abrir la puerta se apagó la vela. Mi intención era cerrar, pero un pie se cruzó entre el marco y la puerta. Dando un empujón, entró la sombra. No podía ver nada, y mi angustia iba a más, pregunté al bulto que creía ver, él no hablaba, solo respiraba dando unos resoplidos.
-¿Quién eres? No contestó. Subió las escaleras que daban a las habitaciones, le seguía de cerca pero era escurridizo y conseguía ir deprisa. Al subir la escalera, aceleró el pasillo dirigiéndose al cuarto de los muebles viejos. Entró y cerró la puerta. Se oían ruidos de mover cacharros. En ese momento vino la luz. Intenté abrir la puerta. 
Mi desesperación iba en aumento. Pasado un largo tiempo se oyó el chirriar de las bisagras oxidadas con el paso del tiempo. Corrí a ver quién se permitía el descaro de entrar en mi casa y  andar por ella sin permiso de nadie. Aprovechando la luz, me acerque a la puerta. Al abriese esta, un rayo cayó cerca y con él se llevó la luz. Salió la sombra del cuarto,  salió caminando dirección a la calle, llevando una caja entre los brazos. Corrí para atraparlo, fue inútil sus pies no andaban, volaban.
 Se oía una risa, risa alegre de alguien que ha conseguido su deseo.
                        16-8-2017   Joaqui.

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