El
baile
Nunca
aprenderé a bailar, mamá me lo decía cuando bailaba con ella. A mí, no me
preocupa que dijera esto, en realidad lo que no me ha gustado eran los
apretones que te daban los chicos.
Recuerdo
la boda de la hija de un hermano de papá –“La” Pepa- La boda se celebró en la
Iglesia, -En el Espíritu Santo. La comida en el bar de un vecino – El señor
Tirso. Por entonces, cualquier sitio era
bueno, ¡bueno dentro de lo que había y se podía pagar!
Mamá
nos preparó a María y a mí. Ella le gustaba vernos con la ropa nueva, María con
quince años, yo, catorce. María y yo habíamos hecho unos vestidos en el taller,
-donde aprendíamos a coser, para el día
de mañana-. El de María era de
Piqué Blanco, talle a la cintura
entallado, falda resta, cuello cuadrado con tirantes de tres dedos de anchos. El
mío, Amarillo Claro de dos piezas. La falda de campana con bolsillos laterales,
el cuerpo un poco suelo. El jaretón por fuera de la falda llegando a las
caderas. Abierto un trozo, y en los laterales con unas cintas, con hebillas que se unían
las dos partes en forma de adorno. El
escote de barco, las mangas a ras del brazo, como corresponde a la juventud. ¡Esto
teda que pensar! Por entonces, no colgaban las cortinas en ellos y se podían
lucir los brazos desnudos. ¡Sí, ya! Ahora, cuanto más largas sea la manga, mejor. ¡Cómo se pone la gente!
Cortinas indeseadas, arrugas, etc… Para que seguir. Estamos como corresponde a
la edad, ¡estupendas!
De
la comida no me acuerdo solo me acuerdo del baile. Era un patio grande con
bancos de madera alrededor y sillas de Enea.
Las
personas mayores siempre vigilando a la juventud. Ellas bailaban cuando sonaba
un pasodoble.
Iba
pasando el día entre risas, vino blanco, casera y algunas aceitunas.
Siempre estaba sentada al lado de la familia.
“tía” Baldomera, y los hijos, algunos mayores que yo. Entre los amigos de
Esteban -mi primo, el mayor de los hermanos. -se encontraba un joven que
intentaba bailar conmigo y siempre me negaba. Cuando lo observaba bailando con
las otras chicas, comprobaba que de apretadas que las llevaba, las chicas iban
casi en volandas. Esteban se acercó y me sugirió que bailase con su amigo
Arturo. ¡Bueno, pero, di le de deje correr el aire! ¡Si no, lo dejo! Fuimos a
bailar y los primeros momentos respetó la distancia. Pero pasado un rato se le había olvidado. Al verme
abrazada a un desconocido, eché marcha atrás dejándolo en la pista. Se enfadó
tanto que volvió a por mí y tiró del abanico que llevaba en la mano y se rompió, era un abanico de
pasta blanca calado muy bonito. Tuve que llamar a Esteban y lo calmó. Era un “tío”
pesado y, ¡no sé qué llevaba en los
bolsillos!, cuando se acercó tanto, la dureza de ellos era muy molesta, parecía
que los llevaba llenos de paquetes de tabaco, llaveros, no sé, me dio que
pensar en tantas cosa que el baile en vez de divertirme se me atragantó. La “tía”
Baldomera decía que era un buen partido, estaba en la academia de la Guardia Civil
y sería una buena salida para cualquier chica.
El
día termino con la música metidas en los sentidos, y la canción que tanto
repitieron se gravó de por vida en mí mente.
Que
le quiten el tapón al botellón.
29-8-2017 Joaqui.