Los sueños
Gran confusión con la realidad, hoy ha sido uno de ellos.
Hace cuarenta y tres años que cambié de domicilio y de
piso.
Allí nacieron mis dos primeros hijos. Era un piso
pequeño, tenía dos dormitorios, comedor, cocina, y cuarto de baño, y un balcón, todo exterior.
Las habitaciones pequeñas. Cuarenta y pocos metros, daban para poco. En él
vinieron los primeros hijos, la lavadora, la televisión. En ella vimos la
llegada a la luna. – Mi suegro, siempre dijo- que eso era imposible.
En verano, por las tardes hacia tanto calor que no se
podía respirar. Los medios de hoy, ni los había, ni se podía pagar. Así, a
pasar calor.
Yo cogía a mis hijos y me marchaba para casa de mi
madre.-Qué vivía cerca-. La casa era una planta baja, con un patio que era la
gloria del verano. Allí, no es que fuese una nevera, pero al ser más grade te
podías mover y refrescarte en el patio.
El patio de la casa de mis padres era la zona que más
se utilizaba en verano.
El piso donde yo vivía estaba en la tercera planta, su mayor defecto
eran las escaleras. Subir a los niños en brazo, el coche la compra, en fin,
tenía un montón de inconveniente.
Para esos menesteres, había que tirar de los vecinos,
y algunos eran muy mayores y, no se podía contar con ellos.
Decidimos dejar el carricoche en el hueco de la
escalera, abajo en el portal.
Fue un alivio. Nos tiramos una corta temporada, pues…
Al bajar una tarde, el coche se encontraba sin las rudas, sí, sin las ruedas.
Haber que hacíamos ahora.
La tienda no tenía repuestos, y la única solución era
las chatarrerías, ¡qué, estas, tampoco estaban sobradas! Nos costó tiempo
encontrar cuatro ruedas, y las que encontramos, nada que ver con las
anteriores.
Eso, ¡oh! otro coche nuevo, y, ¡buena estaba la
economía, para esos asuntos!
Mi sueño de esta noche, ha sido que en dicho piso, ha
aparecido una familia de papá, “el tío” Valentín, y la “tía” Donata, con sus
respectiva hijas. Un primo de mi padre, pero que yo recuerde, ellos, jamás han
estado en dicha casa. Pero allí se encontraron tomando café y recordando las
meriendas que nos daban, cuando de niñas íbamos al cortijo donde ellos vivían.
Recordar esa merienda que la “tía” Donata nos daba, siempre lo mismo,
-rebanadas de pan con miel- unas rebanadas grandes y hermosas, y corridas de
ese manjar. El “tío” Valentín vivía en un caserío que estaba en Cáceres El Viejo.
Allí en ese campo vivieron hasta que los hijos fueron mayores, y cuando los
hijos se fueron casando, ellos ya mayores se fueron a vivir en la calle Berro
cala.
Y de esto hace más de sesenta años.
Por mucho que quiero enlazar el sueño con la realidad,
no encuentro ninguna razón.
Pero los sueños son caprichosos y aparecen cuando se
les antoja.
11-8-2016 Joaqui.