Aquella tarde dije
adiós al amor de mi niñez. El tren puso alas en sus ruedas la velocidad arrancó
parte de mí alma. Quedé rota, roto por perder lo que con tanto sacrificio fui
cuajando. Tú cuerpo y el mío se separaban y no aceptaba la situación.
Caminé perdida
entre la arboleda de la estación vieja. Sentía la desesperación del adiós
definitivo. Allí perdí la primavera que lucía mi cuerpo. Caminé, caminé al
encuentro perdida en las sombras de la noche.
No sé qué buscaba,
por mucho que mi cuerpo se mantenía en pie, ¡mi pensamiento estaba tan lejos!,
tan lejos que ni las sombra se proyectaba en el suelo.
Subiendo por el
callejón qué desemboca en la ermita del Humilladero, allí, caí en la escalera rota esa que tantas
veces nos cogió en sus regazos. Las que sintieron nuestros abrazos nuestros
primeros besos nuestras primeras caricias, caricias inocente esas que nos
hacían reír.
Todas esas risas
hoy se han convertido en grades nubarrones que pulularan sobre nosotros.
19-3-2018
Joaqui.
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