Esta mañana he paseado entre ellos. Nos
muestran sus cuerpos, son hermosos, orgullosos y corpulentos, como el mejor de
los árboles, adornando las calles. Y con su altivez, nos quieren demostrar que
es el mejor sitio del mundo.
Allí no hay guerras, ni ansías de poder, envidia, ni por supuesto, dinero.
Porque este es la perdición de casi todos los males del mundo.
Todos duermen en el mejor de los sueños. El
viento mueve las hojas, ellas nos hablan. El árbol crece sin romper el suelo, Él
deja todas sus fuerzas abajo en la tierra. Allí abrazado a sus raíces se
encuentran los seres que han dejado este mundo de locos.
De cuando en cuando, cada uno trepa a lo más
alto de sus brazos. Ellos por medio del las hojas, nos observan. A veces, bajan
tristes. Desde lo más alto los nuestros nos van señalando el camino cada día
por eso estamos constantemente nombrado a los que se fueron. Nuestras obras son
la prolongación de lo que ellos hicieron y disfrutan de nuestra forma de vida.
Trepan de noche y de día. Son nuestros
vigilantes.
El Ciprés crece, y creces y nos muestra las
obras de cada día.
Cumple su misión de transmitir a ellos que
no los olvidamos y que los seguimos queriéndo cada día más.
Cuando vuelva allí, le daré un abrazo al
Ciprés con el fin de que le llegue a los míos.
Un abrazo para
mis padres y María.
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