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Primera parte del relato
Hace unos días me he enterado que en un pueblo de
la provincia de Cáceres, existen unos apartamentos para personas mayores, no
son residencias, pero están atendidas como tal.
Después de meditar largo tiempo, he decidido ir a
ver como son y si tendré la oportunidad de coger uno…
Maleta hecha y después de despedirme de los míos,
pongo rumbo a esta locura- así es como la llamo-.
Para llegar,
el coche tiene que recorrer cien kilómetros desde Cáceres a Hoyos.
Al subir al coche mis piernas tiemblan, no sé, si
es de miedo, ¡oh! que me doy cuenta de semejante locura.
Siempre que he viajado las ilusiones iban creciendo
con el rodar del coche, pero en estos momentos cuanto más corre, menos ganas
tengo de llegar.
Camino de Hoyos, situado en el entorno de Sierra de
Gata entre, Sierra de los Ángeles y el pico de Almenara pueblo de la provincia
de (Cáceres). Al pasar por la cruz de los caídos, de Cáceres- puesta por las víctimas de la Guerra Civil…
Me vino a la mente recuerdos del pasado. Allí se
encontraba El Parador del Carmen. Desde dónde salían los coches de líneas, para
todos los pueblos de la provincia, y del resto de España.
De ese
parador, en el año 1950, partimos la familia en pleno. Mamá y Papá con sus
cinco hijos. María la mayor de las hermanas, tenía siete años y de ahí para
bajo; las demás, nos llevábamos dos años.
Mis padres fueron muy valientes al llevar a todos
sus hijos.
A papá le dieron un trabajo para restaurar el Ayuntamiento, y las
escuelas. Este había sido bombardeado en
la Guerra Civil Española.
Papá no sabía el tiempo que pasaría allí, y no
quería estar mucho tiempo sin su familia.
En aquellos años los coches eran lentos, y el
trayecto penoso. Se tardaba en llegar.
Los coches echando el mar olor de la gasolina. Con esto y las malas carreteras,
los pasajeros se mareaban con muchas frecuencias.
Mamá era uno de ellos. El traqueteo del coche, le
hacía marearse y vomitar.
Mis padres eran jóvenes y con salud y amor,
conseguían lo que se proponían.
Allí,
llegamos a un pueblo desconociendo a todos lo que nos rodeaba. Sus gentes, sus
casas, y hasta el aire que respiramos, todo era nuevo. Nos costó entrar en
ese mundo. Nuestra corta edad sin amigos ni parientes. Era una sensación de
desamparo, flotando en el aire sin saber donde parar. Así, estuvimos un largo
tiempo.
Pero, ¡lo que es la vida!, como los vecinos del
pueblo se fueron acercando a esa familia que llegó de lejos, sin nada en los
bolsillos, ni en la despensa.
Ellos se encargaron de aliviar sobre todo; la
despensa.
Ahí, empezó Antonia a respirar y empezó su nueva
vida.
Ella en casa y papá en su trabajo, la casa empezó a
tener luz propia.
La casa era una habitación cuadrada, tres laterales
sin luz natural, - el lateral izquierdo, el fondo, y derecho, estos sin luz, la luz la recibían
de la ventana y de la puerta, que se encontraba en la fachada. Al entrar a la
derecha, se encontraba un pesebre que papá acondicionó para que guisase mamá. Estancia
que abriendo la puerta. Pocos pasos
dabas para tocar la pared del fondo. Allí, se encontraba una ventana pequeña, a la
derecha seguida de la puerta. La puerta de tres hojas, una
Primera hoja del relato. 25-5-2017 Joaqui
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