Cáceres a quince de Julio de 1954.
Un día como tantos de ese mes que en nuestra tierra venimos soportando
los calores estivales.
Al empezar la mañana, se
percibía el calor asfixiante que había
que arrastrar a lo largo del día. Pero no importaba, nuestra corta edad y
nuestras ganas de vivir. El calor lo poníamos en segundo plano.
En aquellos años no nos dábamos cuenta de lo afortunada que éramos,
mientras en la ciudad, medio Cáceres no tenía.
Agua corriente en sus casa, nosotras nos permitíamos el lujo de tener
una ducha en el patio.
Ducha que utilizábamos a diario, y sin mirar el gasto.
Esa era nuestra gran ayuda para soportar mejor el calor.
¡Pero! Cuando llegaba la hora de
la comida, Antonia –Mi madre, salía a llamarnos, siempre decía lo mismo, chicas,a comer.
Nos poníamos en la mesa, todas en silencio y llegaba Antonia y ponía el
cocido. Ya saboreábamos el vendito manjar, Antonia los hacía como nadie.
Repartía y empezábamos a comer. Cuchara viene, cuchara va, comíamos y
disfrutamos, los venditos garbanzos.
Ahí, empezábamos el calvario de sudar. Los goterones bañaban nuestros
cuerpos y eso que el bañador aún estaba
empapado. Pero no importaba, soplando y resoplando seguíamos a terminar los
platos. Al final la sandía era un alivio.
Por aquellos años había que
esperar dos horas para volverse a mojarse.
¡Qué calor dios mío!
12-7-2016 Joaqui.