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Primera parte
Recuerdos del pasado
Recordando los años de mi niñez. Me llega a
la mente los sacrificios que hacen los padres para llevar su hogar. Mis padres estaban muy sacrificados con su
trabajo, y con el inconveniente de vivir a una hora de camino. Desde casa, al
trabajo.
El camino era largo y descampado. En
invierno, mucho frio, en verano era horrible las horas de calor.
La empresa le obligaba a trabajar muchas
horas, y le robaba parte de la noche.
Para ir a casa a esas horas de la noche en
verano, no era problemas, pero de día no se podía soportar una hora andando
bajo el ardiente sol de Extremadura.
En
las noches del crudo invierno de nuestra tierra, esto era muy penoso, ¡y no
solo en las noches!, de día era igual de malo. El camino era una carretera
despoblada sin casas ni nada en que cobijarte. Así se pasaron siete años de su
vida, y muchas veces, con los hijos a cuesta.
Como la vez que por causas –que ahora no
proceden- caí en un brasero, quemándome las manos y a consecuencia de ello,
estuve dos años subiendo a la consulta del médico a curarme. ¡Claro con dos
años!, el que le tocó de ir y venir, fue a mi padre. Este cogía el camino todos
los días y me encaramaba en sus hombros y a recorrer el largo trecho que nos
separaba. Horas para subir, y otras tanto para bajar. Con frío, lluvia y la
pena de llevar a su hija a pasar un mal rato hasta que pasaba el tiempo de
cura.
Papá
compró un terreno cerca de la empresa familiar. La primera casa estaba a una
hora,-andado- la segunda estaría a cinco minutos.
El terreno en cuestión le costó, doscientas
pesetas, sí, doscientas pesetas. Cientos treinta metros cuadrados. Que
distribuyó, sesenta metros para el patio, y el resto, para tres habitaciones,
comedor y cocina. 29 -9-2016 Joaqui.
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