Larga espera
La noche ha sido larga, por
más que intentaba dormir no ha sido posible.
Después de tomar un café y arreglar
la casa, cogí el bolso y marche a la calle. No dudaba que era temprano, pero en
casa me estaba ahogando.
Dando un largo paseo por el
parque, sentado en un banco encontré a Paolo, un viejecito que sacaba a pasear
a su perito, un caniche de pelo blanco.
Le llama Templa. Templa, el
que le da compañía, y en definitiva, el único amigo que le queda.
Paolo, al verme llegar se
levantó cediéndome el banco. Él está tan solo como yo y en ese banco muchos días
encontramos el calor de un amigo. Cada uno habla con pasión de su familia. Esa familia
que estaba a nuestro lado, cuando eran pequeños. Han crecido y volado. Siempre
me cuenta lo mismo, donde trabajó tantos años.
Cuanto ganaba y lo difícil que
era llegar a fin de mes.
No se arrepiente de lo
vivido, sus hijos han salido adelantes gracias a su sacrificios.
Hablamos de la indiferencia
que hoy se tiene con los vecinos, somos como animales que salen a pasear y si
te encuentras a algunos, en vez de preguntar por tu salud, te ladran, como a un
animal. Canteando la cara para que no le pidas un favor.
Huyen. ¡Y mira que nunca, les pedimos que
hagan nada!
Las horas pasan y me
despido de Paolo. Paolo se levanta y saludando cortésmente dijo. Hasta mañana, aquí
la espero. Hasta mañana.
Rumbo a casa de mi hijo atravesé
el parque. Era verano y los jardines estaban recién regados. Su frescor y la
humedad que salía de las plantas eran muy agradables. Llegando a casa de Masi,
(mi hijo), llamando al timbre, contestó mi nuera. ¿Quién es? Soy yo. Abuela
espera, que ahora salgo, voy a sacar a (Pachi), me senté en la escalera, a
esperar. Nos fuimos a pasear al perro. Yo no quería eso. En la calle no se
encuentra el calor que yo buscaba.
Otra vez será.
28-07- 2014- Joaqui.