Ciudad de
Portugal.
Los preparativos
iban surgiendo hasta llegar el día señalado. Nuestros hijos nos han regalado un
viaje por los cincuenta años de casado, no habría necesidad de ello pero ellos
quieren recuerdos de sus padres en tan dicho eventos.
Día de unión
familiar, ellos nos han acompañado. Los cuatro matrimonios rumbo al país
vecino. Hemos compartido, coche, y carretera. Por la noche alrededor de la
chimenea del hotel, hemos sacado del baúl de los recuerdo las anécdotas que
siempre salen en las reuniones. Algunos nos han sorprendido por decir secretos
que guardaba desde pequeño. Travesuras que en su tiempo podían haber sido
graves, hoy nos sirven de risas.
Es bueno recordar
los momentos de la niñez con eso vuelves al pasado y por mucho que lo narres,
ese, no volverá.
Ya son mayores y
en sus largas andaduras todavía ríen y su unión es perfecta. ¡No ellos solos!
En esto coinciden con sus parejas, que gracias a Dios no pueden ser mejores.
Por la mañana
hemos visitado a la Virgen.
Las dimensiones
del recinto son adecuadas para todos los
peregrinos que la visitan, algunos haciendo verdaderos sacrificios hasta llegar
a sus pies. Allí se ve al verdadero religioso.
Puestos en camino
de vuelta a Cáceres, el coche corre deslizando su mole de hierro y chapa. Los
paisajes se van contemplando. Pasan deprisa la mirada se centra en los puntos
relevantes. Es invierno y ha llovido en este mes de enero y acompañado los ratos de sol nos va dejando esa alfombra
verde fuerte que extiende tapando la tierra. En los árboles va dejando una tela
de hongos y ramajes tapando su tronco y con ello protegerlos del las horas de
frio. Con ello la naturaleza nos va regalando un sinfín de vestidos de formas
diversas en cada árbol, o, rincón del paisaje.
El destino ha sido
Portugal, País vecino, camino al Santuario de Nuestra Señora De Fátima, zona de
peregrinación muy emotiva, allí se vive la fe del cristianismo.
Pasando la
frontera compruebas algo raro, tu cuerpo no se adhiere al suelo por donde pasa
y vuelas por un espacio que no conoces. Es como si en cualquier momento te van
a detener y te echan de allí. La sensación es rara como si flotase en el aire y
de un momento a otro te vas a desplomar.
Terminada las
visitas vuelta a casa. El coche corre más ligero, cuantos más kilómetros va
tragando compruebas que queda menos. Señales de tráfico te indican, kilómetros,
pueblos, velocidad y los peligros de las personas sin control en los
adelantamientos
¡Lo curioso de
todo es cuando ves que falta poco para entrar en tu país! La mente se va
relajando y empiezas a posar los pies en la tierra ¡qué, dicen, que es de de
uno! ¡No sé si será verdad! Pero si es cierto que te alegras de estar en ella,
ahí, parece que estas arropado por algo que te protege. Será un manto especial
que tienen los países al darte protección.
Pero cuando has
pasado la frontera abrazas esos montes de piedras y esos mantos de tierra que
te perteneces, esos, esos que dicen que son nuestros, ¡con lo lejos que los
veo, y dicen que son nuestros!
Entrando en la
zona de Valencia de Alcántara las moles de piedras nos saludan dándonos la
bienvenida. ¡Qué hermosas se ven! Sus figuras quietas y cada grieta esconden
una historia de los habitantes cuando pasaban la frontera cargando con el
estraperlo. Fueron años duros y el pueblo tenía que comer. ¡Cuántas cosas
podríamos contar! En una ocasión una señora llevaba azúcar para venderla en
Cáceres y al llegar a la frontera la pararon los guardias. Al no poder pagar la
aduana, no se le ocurrió otra cosa que derramar el azúcar en señal de rabia.
Pasada la frontera
observas que la tierra tiene otro color y cada palmo se acaricia de una forma
distinta es como el tesoro que dejaste en el fondo del baúl y en este momento
lo vuelves a desdoblar y ni que decir de la verdadera alegría cuando entras en
los dominios de tu ciudad, acariciando todo lo que ves.
21-1- 2018 Joaqui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario