Con
el paso del tiempo vas acumulando errores que intentas transmitir que tus hijos
y nietos no caigan en ellos.
Pero
una cosa es lo que tú piensas, y otra lo que ellos hacen.
Recuerdo
cuando era niña, acompañaba a una amiga hasta el Instituto,-cuando estaba al lado
de La Preciosa Sangre en la Parte Antigua-.
María-
así se llama- me cogía de la mano y al llegar a la puerta del instituto, ella
entraba, y yo me retiraba. La miraba con pena y me marchaba para casa. Allí me
estaba mamá esperando en la cocina. Cocina
con trabajo que no se desenredaba hasta bien entrado el medio día. A sola
fregando y ayudando en los menesteres que conlleva la esclavitud de los bares. Agachaba
la cabeza y cumplía con mi obligación. Pero me revelaba en mi interior, en el fondo
lo que me gustaba era haberme quedado con mi amiga María y como ella sacarme la carrera de
maestra. La vida manda y no sé si hice bien, pero en nuestra época los hijos
fuimos obedientes y respetuoso con nuestros padres. No me pesa de haber ayudado
a mis padres, en esos momentos era donde tenía que estar.
Al
cabo de los años y viendo lo regalado que lo tienen los jóvenes, me “cabrea”
que no aprovechen todas las oportunidades que tienen y ellos solo tienen que
formarse para el futuro.
¡Cuántas
oportunidades quedamos aparcadas! Ahora
me encuentro en la universidad, Y me pregunto, ¿Para qué? Solo la satisfacción
de saber que eso no es todo en la vida. Las cosas hay que hacerla a su tiempo. Los
caminos nos van enseñado que hay que recorrerlos bien y estar en cada momento
donde más se necesita.
5-9-2017 Joaqui
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