María y Cristina
Cristina era la mayor de las dos hermanas.
Cristina se levantó temprano. Separó los cartones y la manta que le regaló su
abuela Juana. Era todo le que tenían para protegerse del frío. En una chabola
de madera vivían con su mamá que se encontraba enferma.
La
manta era la dote que recibió de Juana, Juana era muy mayor. La vida después de la guerra. Cada vez fue a
peor.
Se vio
en la situación que ahora se encontraban su hija y nietas.
Fue al
regato a por agua. Era su desayuno.
En el
camino se encontró con otro mendigo. El
saludo fue acogedor. Charlaron largo tiempo. El mendigo le entregó un trozo de
pan. Que guardó para repartirlo con maría y su mamá. Al despedirse le dijo: Cristina te regalo estos zapatos, no
tengo otra cosa mejor.
Cristina
guardo los zapatos des pidiéndose del
mendigo. Y cogió el agua llevándola a casa.
Abrió la bolsa, comprobando que el mendigo le
había entregado tres zapatos. Se puso unos y el otro que era de tamaño mayor lo
colocó al lado de su árbol favorito. Donde en verano pasaba largas horas
mirando pasar los pájaros y las estrellas en plena noche.
Después
de darles un beso a su hermana y a su mamá se fue a pedir limosnas. El pueblo
estaba a dos kilómetros de la chabola.
Cansada
de dar vueltas al pueblo, se paró en un banco de la plaza. Su tristeza se
reflejaba en su cara. Hacia todo lo que podía el pueblo era pequeño y los vecinos vivían del
campo. Siempre llevaba algo para comer, sobre todo frutas y verduras.
Pasando
por la panadería, el seños Herminio- dueño de la panadería- la llamó, y le
preguntó si quería trabajar en su casa ayudando a su esposa en las faenas de la
cocina. Cristina se puso muy contenta. Aceptando en el acto.
Ayudó
desde ese día a la señora Victoria. Al marcharse para casa, la señora Victoria
le entrego un pan y un trozo de tocino.
Descansó
un rato y empezó el regreso a casa. Cuando llegó la noche caminaba con ella.
Cristina
estaba deseando llegar a casa para contarle todo lo acontecido ese día. Sobre
todo el pan y el tocino que llevaba en la bolsa.
Entre ella y maría rodearon a Rosario
enseñándoles la comida. Rosario lloraba al no poder ayudar a sus hijas pequeñas.
Ella las consideraba unas mujeres. Mientras Cris iba al pueblo María se
encargaba de la casa y de cuidar a Rosario.
Con
toda su pobreza eran unas niñas afortunadas.
A la
mañana siguientes, caminó hacia el río.
Llenó
la jarra de agua y volvió a casa. Y cerca del árbol donde puso el tercer zapato. Miraba con toda la atención pero no
entendía nada. Conforme se acercaba cada vez entendía menos lo que sus ojos
veían. Pensaba que estaba soñando. Se acercó despacio y el zapato se había
convertido en una casa.
La
puerta estaba abierta. La puerta era la lengüeta del zapato. Que se cerraba con
un cerrojo en el talón. Entró. Cuál fue
su sorpresa al ver un salón y una chimenea encendida. Siguió una puerta que
estaba a la derecha del salón. Entrando en ella se encontraban dos camas con y
unas mantas dobladas encima. Las
ventanas eran todos los agujeros del los cordones. la luz era excelente y la
habitación lo suficiente amplía.
La
suela del zapato se había convertido en una pared de piedra muy cerca del árbol.
Y al
salir en la calle una explanada de hierba, lisa y llana.
El cordón se había convertido en una lámina
gruesa, para el tejado tapando todo el zapato. Cristina no salía de su asombro.
En la
sala de fuera se encontraba una mesa y varias sillas. Alrededor del fuego, unos
bancos. Todo de madera.
No
salía de su asombro y llorando corrió a buscar a su hermana María. María
saltaba loca de contenta. El zapato no había perdido su forma, al contrario, convertido
en casa era precioso, Y cada parte del zapato, era de unos colores distintos.
Verdes, Ocre, naranja y Azul. Todos colores vivos.
Entre las
dos ayudaron a su Rosario a trasladarla a su nueva casa. La sentaron al lado
del hogar. Rosario lloraba de alegría...
Diciendo
a sus hijas todo esto os merecéis por ser tan buenas y trabaja doras.
Esto solo pasa en Navidad. Ven dita Navidad.
19-12-2013 Joaqui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario