Mis primeras vacaciones.
Me
invitaron a una boda, en un pueblo de Cáceres a diez
kilómetros de la ciudad. No sabía cómo
iba a llevar mi ropa, pues, en mi casa no
había maletas, bueno, maletas sí, pero
de esas grandes de Rayas Marrones, atadas con unas correas, y en las esquinas
unos contrafuertes de chapas. A mí me sobraba el noventa por ciento de dicha
maleta.
Y claro, para una semana no iba a cargar con ese
muerto. Tía Margarita, Tía de mi, novio, me dejo un bolso y allí metí todo. Dos
vestidos, dos zapatos, un camisón, ropa interior, una rebeca y un bolso.
Cuando llegamos a la parada del transporte, nos
encontramos con una camioneta con asientos corridos de madera en los laterales
de esta. Subiendo a ella, Margarita se sentó a mi lado, y no dejo que mi novio
se sentase junto a mí. Ella nos tenía que proteger de las malas lenguas.
Llegando al pueblo compartir habitación y cama con Margarita.
Boda a la vista. Las costumbres de esos tiempos era
invitar a todo el pueblo, y para todos no había cubiertos. Así había que
llevarlos de casa, incluida las servilletas.
Y al llegar a casa prepararlos para la noche, pues, las bodas duraban la
semana, comiendo y bebiendo en casa de los padres de los novios.
Las
costumbres de esos tiempos eran. Los padres de los novios se encargaban de
hacer las comidas para todo el pueblo. Una semana comiendo la sopa boba de
medio pueblo. Dinero se entregaba poco, con llevar un pollo para la paella,
azúcar, harina, aceite, huevos y ayudar en las tareas de elaboración se daban
por contentos.
Con eso se pagaban las bodas.
Ni que decir tiene que los padres hacían el resto.
El que tenía haciendas, los novios salían victoriosos, el que no, seguirían
toda la vida dando tumbos.
Pero lo que
menos me gustó de dichas bodas era la forma de repartir la Tarta Borracha. Un
biscocho en Almíbar. Este, lo repartían entre los invitados con ayuda de
algunos de los parientes. Con el plato y una cuchara recorrían el salón dando
un trozo por persona. Allí en el almíbar entraban y sacaban la cuchara, sin
ninguna forma de higiene.
Lo mejor era
el frite de cordero. Lo hacían las mujeres mayores, y ni que decir tiene les
salía riquísimo. Los recuerdos de las bodas de antes. Pues ahora se hacen en
hoteles. Te ponen un cubierto, que no siempre te gusta. Y lo que se paga por
ellos es una sangría a tu economía. Pero los tiempos cambian y por supuesto no
siempre para mejor.
Margarita cumplió con la misión de guardar a los
novios.
19-7-2013 Joaquina.