Cinco y media a.m
El sueño
ausente, termino de despedirme de Antonia. La he dejado sentada en la puerta de
casa, sentada en su silla favorita.
Esta vez
con algo peculiar, estaba debajo de una sombrilla. No tiene mucho de
particular, salió antes de ponerse el sol y se refugió en ella. El ardiente sol
que azota Cáceres en el meridiano del verano.
Hora para
barrer la puerta, siempre se busca la más temprana, años, 1957. En esos años las calles no estaban
asfaltadas, y el barrendero no asomaba por allí.
Cada vecino
barría su trozo de puerta. Primero se regaba, siempre a mano, un cubo de agua y
esparcida por la tierra.
Se barría,
quedando un montículo, entre los vecinos colindantes.
Los coches,
¡Qué era eso, en aquellos tiempos!
Dichos montículos
de tierra, duraban de un día para otro.
Los únicos
transportes de esos tiempos, eran lo
Que
acompañaban a los meloneros, sus fieles burros; sin ellos, ¡qué sería de su
cosecha!
Los burros,
aunque pisaran el montículo no desaparecía, del resto de la linde.
Allí
estaba Antonia esperando que el sol diera su retirada. Regando la puerta para
dar frescor al fuerte calor.
Mamá
siempre era la primera en salir, luego el resto de los vecinos.
Cuando
llegué estaba sola, me extrañó, pero al final de la calle el vecindario se
encontraba alborotado, pregunté a mamá y ella estaba molesta.
¡Mira, qué
moda han sacado! Ahora les ha dado por jugar al bingo y todas las vecinas están
allí.
Entre la algarabía
salió una voz, silencio vamos a empezar.
Mamá
comentó, mañana vendrán a pedir un poco de azúcar porque se habrán gastado las
cuatro perras que les ha dado su marido.
A, no te
vayas sin las colas de bacalao, que te
he comprado.
31-1- 2016,
Joaqui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario