domingo, 31 de enero de 2016

Cinco y media a.m



Cinco y media a.m
 El sueño ausente, termino de despedirme de Antonia. La he dejado sentada en la puerta de casa, sentada en su silla favorita.
Esta vez con algo peculiar, estaba debajo de una sombrilla. No tiene mucho de particular, salió antes de ponerse el sol y se refugió en ella. El ardiente sol que azota Cáceres en el meridiano del verano.
Hora para barrer la puerta, siempre se busca la más temprana, años, 1957.  En esos años las calles no estaban asfaltadas, y el barrendero no asomaba por allí.
Cada vecino barría su trozo de puerta. Primero se regaba, siempre a mano, un cubo de agua y esparcida por la tierra.
Se barría, quedando un montículo, entre los vecinos colindantes.
Los coches, ¡Qué era eso, en aquellos tiempos!
Dichos montículos de tierra, duraban de un día para otro.
Los únicos transportes de esos tiempos, eran lo
Que acompañaban a los meloneros, sus fieles burros; sin ellos, ¡qué sería de su cosecha!
Los burros, aunque pisaran el montículo no desaparecía, del resto de la linde.
Allí estaba Antonia esperando que el sol diera su retirada. Regando la puerta para dar frescor al fuerte calor.
Mamá siempre era la primera en salir, luego el resto de los vecinos.
Cuando llegué estaba sola, me extrañó, pero al final de la calle el vecindario se encontraba alborotado, pregunté a mamá y ella estaba molesta.
¡Mira, qué moda han sacado! Ahora les ha dado por jugar al bingo y todas las vecinas están allí.
Entre la algarabía salió una voz, silencio vamos a empezar.
Mamá comentó, mañana vendrán a pedir un poco de azúcar porque se habrán gastado las cuatro  perras que les ha dado su marido.
A, no te vayas  sin las colas de bacalao, que te he comprado.
31-1- 2016, Joaqui.    

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