l teléfono.
— Diga— contesta Lucrecia. Una voz al otro lado del hilo
vocifera.
NOCHE MÁGICA
Lucrecia está en el sofá junto a la ventana, donde recibe el
frescor del mar. En ese momento suena el teléfono.
— Diga— contesta Lucrecia. Una voz al otro lado del hilo
vocifera.
— Por favor, ¿puede repetir y hablar más despacio? — le dice
Lucrecia.
— ¡Perdone! ¿Me acaba de decir que tengo la cuenta del banco
en números rojos? — En el teléfono escucha la voz de un hombre, exigiendo que
se persone en el banco lo antes posible. Exaltada intenta razonar, pero el
teléfono se había cortado.
A su espalda, en la habitación, escucha la voz de un hombre
que desde la puerta le habla. Suelta el auricular, y poniéndose de pie, ve a
una persona que se encuentra frente a ella.
— Perdone señora, he terminado de arreglar los enchufes de la
televisión, y necesito que firme el albarán para entregarlo en la oficina—
Lucrecia le pide perdón al haberse olvidado de él.
Lucrecia se encuentra en ropa interior, está terminando de
vestirse para salir. En ese momento lo contempla y su asombro es ver a un
hombre cerca. Lo mira y ve que delante tiene a un desconocido en la puerta de
su habitación.
— ¿Cómo se llama?, pregunta Lucrecia.
— Mi nombre es David.
Lucrecia tiene ante ella a un joven alto y musculoso, vestido
con pantalón vaquero y un polo de color blanco; sus brazos, al descubierto, y
su figura, de compresión atlética. Se encuentra aturdida por la presencia de un
extraño en su alcoba. Reacciona rápido y va a su encuentro.
— Márchese y mañana paso a la oficina. — David camina hacia
la puerta de salida.
— David, ¿quiere tomar un café? — le dice Lucrecia.
David se vuelve.
— Tengo otros trabajos pendientes, pero un café no lo
rechazo.
Lucrecia le tiende su mano y lo lleva al borde de la cama. Lo
contempla y acaricia sus brazos musculosos. David acaricia su cara, besando sus
labios, y se ven envueltos en una aureola de pasión. Sus mimos son recíprocos
buscando el deseo. Sus manos van acariciando cada rincón de sus cuerpos. Se
olvidan de la existencia del mundo, y como el fuego, quema la llama del amor. Al
fondo se escucha la música que suena al compás de sus carantoñas. La luna hace
su aparición, pasando despacio, contemplando sus hermosos cuerpos. Al amanecer,
David sale de puntillas, sin contemplar el cuerpo que tanta felicidad le había
regalado.
Joaquina Campón
— Por favor, ¿puede repetir y hablar más despacio? — le dice
Lucrecia.
— ¡Perdone! ¿Me acaba de decir que tengo la cuenta del banco
en números rojos? — En el teléfono escucha la voz de un hombre, exigiendo que
se persone en el banco lo antes posible. Exaltada intenta razonar, pero el
teléfono se había cortado.
A su espalda, en la habitación, escucha la voz de un hombre
que desde la puerta le habla. Suelta el auricular, y poniéndose de pie, ve a
una persona que se encuentra frente a ella.
— Perdone señora, he terminado de arreglar los enchufes de la
televisión, y necesito que firme el albarán para entregarlo en la oficina—
Lucrecia le pide perdón al haberse olvidado de él.
Lucrecia se encuentra en ropa interior, está terminando de
vestirse para salir. En ese momento lo contempla y su asombro es ver a un
hombre cerca. Lo mira y ve que delante tiene a un desconocido en la puerta de
su habitación.
— ¿Cómo se llama?, pregunta Lucrecia.
— Mi nombre es David.
Lucrecia tiene ante ella a un joven alto y musculoso, vestido
con pantalón vaquero y un polo de color blanco; sus brazos, al descubierto, y
su figura, de compresión atlética. Se encuentra aturdida por la presencia de un
extraño en su alcoba. Reacciona rápido y va a su encuentro.
— Márchese y mañana paso a la oficina. — David camina hacia
la puerta de salida.
— David, ¿quiere tomar un café? — le dice Lucrecia.
David se vuelve.
— Tengo otros trabajos pendientes, pero un café no lo
rechazo.
Lucrecia le tiende su mano y lo lleva al borde de la cama. Lo
contempla y acaricia sus brazos musculosos. David acaricia su cara, besando sus
labios, y se ven envueltos en una aureola de pasión. Sus mimos son recíprocos
buscando el deseo. Sus manos van acariciando cada rincón de sus cuerpos. Se
olvidan de la existencia del mundo, y como el fuego, quema la llama del amor. Al
fondo se escucha la música que suena al compás de sus carantoñas. La luna hace
su aparición, pasando despacio, contemplando sus hermosos cuerpos. Al amanecer,
David sale de puntillas, sin contemplar el cuerpo que tanta felicidad le había
regalado.
Joaquina Campón