Con mis abuelos, Álvaro y Ana, vivíamos mi hermana Carmen y yo,en un
viejo caserón a las afueras del pueblo.
A eso de las
tres de la madrugada, el abuelo llamó con su campanilla. Bajo y lo encuentro
sentado en su sillón favorito. Me acerco y le pongo la mano en el hombro, en
ese momento una nube de polvo que sale de la chimenea, qué envuelve su cuerpo y desaparece.
En ese
momento, el miedo se apodera de mí, recordando que años atrás, su amante iba y
venía por el mismo sitio.
Me quedé
parado cerca de la ventana y al mirar, el campo la luna con su luz radiante, veo
pasear a los dos amantes cogidos del brazo.
¡No podía
ser! Rosa al poco tiempo de llegar, la abuela la arrojó al pozo, donde descansa
su cuerpo. Y en la noche de los muertos. Sale vagando y arañando los cristales
hasta el alba.
Cerré la
puerta, quedé quieto en un rincón de la sala, ellos estaban dentro. Sus ropas
empapadas de ─sangre que ellos ignoraban─.
Les oía
hablar de los días felices que pasaron en su juventud. Rosa sale corriendo
entrando en el pozo, Álvaro la sigue entrando tras de ella cogidos por unas
sombras.
Del fondo de
las aguas unas risas llenan el campo, poniendo los pelos como escarpias, sentí
una angustia que me ahogaba.
En ese
momento suena el reloj.
Bajo a la
cocina encontró el sillón empapado de
agua y ceniza.
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