La noche esparcía sus
negros manto arropando la ciudad. Los relámpagos se cruzaban avisando al pueblo
de su enfado. Me senté cerca de la ventana, desde allí se divisaba la silueta
de los tejados. Las torres de la ciudad antigua se achicaban al paso de la
claridad que iluminaba el rayo.
Llamaron a la puerta, mí
pensamiento se negaba a ir a abrir. No eran horas de visitas. La llamada
insistió. Cogí la vela de cera que ¡encendida estaba en la mesa! Y fui al
encuentro. Al abrir la puerta se apagó la vela. Mi intención era cerrar, pero
un pie se cruzó entre el marco y la puerta. Dando un empujón entró el
personaje. No podía ver nada, y mi angustia iba a más, pregunté al bulto que
creía ver, él no hablaba, solo respiraba dando unos resoplidos.
-¿Quién eres? No contestó.
Subió las escaleras que daban a las habitaciones, le seguía de cerca pero era
escurridizo y conseguía andar deprisa. Al subir la escalera, aceleró el pasillo
dirigiéndose al cuarto de los muebles viejos. Entró y cerró la puerta. Se oían
ruidos de mover cacharros. En ese momento vino la luz. Intenté abrir la
puerta.
Mi desesperación iba en
aumento. Pasado un largo tiempo se oyó el chirriar de las bisagras oxidadas por
el tiempo. Corrí a ver quién se permitía el descaro de
entrar en mi casa y andar por ella sin
permiso de nadie. Aprovechando la luz, me acerque a la puerta. Al abriese esta,
un rayo cayó cerca y con él se llevó la luz. Salió la sombra del cuarto,
caminando dirección a la calle, llevando una caja entre los brazos. Corrí para
atraparlo, fue inútil sus pies no andaban, volaban.
Se oía una risa, risa alegre de alguien que ha
conseguido su deseo.
16-8-2017 Joaqui.
No hay comentarios:
Publicar un comentario