HISTORIAS SOBRE LA RADIO
Habría tanto
que contar…Pero vamos a contar lo que vivimos en familia. A principios de los
cincuenta, pocas familias teníamos este artilugio. El primero que entró en la
mía, era de madera color oscuro tan grande que no se podía manejar, lo llevó mí
“tío” Miguel (hermano de mi madre). Además de grande ya no digamos como se oía,
Miguel le conectó unos cables que llevó al patio, pero para que funcionase le
daba golpes, con esto de vez en cuando sonaba algo, pero era lento y fallaba
demasiado. Lo mejor llegó después de los cincuenta entonces compraron mis
padres uno nuevo, era una especie de caja pequeña color marrón claro en varios
tonos, los laterales y el techo lisos
muy finos al tacto. El frontal, se dividía en dos zonas, la parte de
arriba era el altavoz, que ocupaba dos partes del frontal y la parte de abajo
era un cristal con números en la parte de arriba y abajo. En medio una aguja
que se movía de derecha a izquierda con dos botones que estaban en ambos lados
del cristal. Uno de los botones encendía y apagaba y a su vez subía y bajaba la
voz. El otro buscaba los canales, éste a diferencia del primero se oía muy bien con esto llegó la forma de entretener a las
familias. Lo mismo daba que fuera verano o invierno. Por entonces, no había
nada más que un enchufe en toda la casa la, radio había que oírla en un solo sitio. En el rincón donde estaba éste. Así,
cuando querías escuchar algo no te podías mover. Recuerdo que lo más escuchado
eran los seriales de la tarde-noche.
Una noche, estábamos
la familia de pleno en el rincón
escuchando un serial, (piporro en medio para no perder el hilo). El
silencio era absoluto.
Todos concentrados escuchando la novela y en mitad de esta llamaron a la
puerta, -en ese tiempo no había timbres-. Los golpes en la puerta sonaron tan
fuertes que nos quedamos todas quietas mirando a mamá. De pronto se oyó una
voz: ¡Antonia, abre que soy yo! Mi madre conoció la voz y su reacción fue
ponerse el dedo índice en los labios apretando con fuerza, para que los demás
no abrieran los suyos. La voz seguía hablando y decía: ¡Antonia abre que soy
Luisa! Me he quedado sin aceite y ya está cerrado el comercio. Mamá seguía con
el dedo en la boca exigiendo silencio. Lo suyo era seguir escuchando el serial.
Luisa estaba en la puerta hablando sola y diciendo: ¡Ésta mujer está en el
patio y como tiene la radio puesta no me oye! Con ello, no sabíamos si reír o
seguir escuchando, pero preferimos no perder el hilo del serial. Mamá lo tenía
muy claro. Para ella la radio, en concreto r.n.e,
era lo primero.
A Luisa ya la conocía, siempre estaba igual, nunca tenía
nada en casa y esperaba que cerrasen las tiendas para pedir a todo los del
barrio. Mamá sabía que si ella no le daba el aceite buscaría a otra
vecina. Cuando terminó el capítulo mamá
cogió su silla de enea baja y se sentó en la puerta a tomar el aire. La vimos
salir andando despacio moviendo su
vestido negro y arreglando el moño que sujetaba su pelo.
Mamá estuvo en
la puerta hasta la hora de cenar. Luisa esa noche no salió a tomar el fresco,
los vecinos de esa calle, las noches de verano nos reuníamos en las puertas.
Contábamos historias o chistes, ni que decir tiene que de vez en cuando salían
a la puerta, las sandías o melones, para compartirlo entre los vecinos.
Esto se hacía, cuando ya estaba avanzada la noche, ¡esos,
éramos vecinos! No lo que hay hoy
Mamá pensaba que
Luisa estaba enfadada por lo del aceite, Luisa, no salió a tomar el fresco.
Esa noche cenamos, sopas de tomate y sardinas fritas.
Terminada la cena y después de recoger la cocina nos fuimos todos a la calle,
bueno todas no, las mayores nos quedamos
escuchando música en la radio.
Dio la hora de
acostarse y entramos al patio, allí era donde dormíamos. En verano, en Cáceres
hace mucho calor y dentro de la casa era un horno, y con unas mantas en el
suelo del patio, se hacían las camas. Cabíamos toda la familia, se estaba muy
bien, incluso de noche nos teníamos que arropar.
A las cuatro de la mañana llamaron a la puerta, era una hija
de Luisa, esta vez mamá abrió sin esperar. La hija de Luisa lloraba diciendo
que su madre estaba enferma y ella no sabía qué hacer. Mi padre fue rápido a la
Casa de Socorro (estaba cerca).Allí estaban de servicio, dos Guardias Urbanos y
vinieron con su coche a por ella. Como muchos saben, en aquellos tiempos no
había ni para comer, cuanto más para coche o teléfono. Por eso los guardias
eran los que socorrían muchos casos. La
Casa de Socorro estaba en la C/ Machacona, pero había que ir donde ellos estaban.
Los agentes trasladaron a Luisa al Hospital Provincial donde quedó ingresada.
Antonia no se separo de la cama de Luisa. Pero Luisa a la seis de la mañana
falleció Antonia lloraba por su amiga, pero ya no podía hacer nada.
En
Cáceres a 4- 4- 2012.
Joaquina Campón.