DIAMANTES DESAPARECIDOS
Marichu se levantó una mañana del mes de mayo. Durmió intranquila.
Su hija Imelda le había comentado la noche antes su intención de ir a buscar trabajo a El Paso.
- No te preocupes, mamita, vendré a dormir todas las noches.
Marichu intentó por todos los medios que no se fuera. Era preferible tener menos dinero y permanecer junto a los suyos.
Imelda no la escuchaba. Tenía decidido su desplazamiento a la ciudad.
Marichu le preparó el almuerzo: la fiambrera con los platillos rellenos de fruta y miel acompañados con una tortilla de chorizo y, después de tomarse un vaso de Cacao, Imelda salió camino del nuevo destino.
Iba contenta. Cogió el camino de la parada de la camioneta. Allí estaban sus amigas y futuras compañeras de trabajo.
Marichu la acompañó y, cuando se despidió de ella, sus lágrimas inundaron su rostro. Volvió a casa y atendió al resto de la familia
Imelda llegó al lugar de trabajo, la maquilera. No tuvo problemas para ser contratada. Admitían a cualquiera que se ofreciera a trabajar por unos cuantos pesos. A las chicas que venían de Ciudad Juárez solo les pagaban el 10% del salario base. El trabajo era tan duro que no daba tiempo a pensar.
Pasados unos meses Imelda y algunas de sus compañeras decidieron buscar trabajo en otra parte.
En un casino-hotel cercano contrataron a Imelda y Sagrario para trabajar en la limpieza. Pero la belleza de Imelda no pasó desapercibida para el dueño del hotel que la conquistó consiguiendo su propósito. La llevó a sus dependencias. Imelda solo salía para entretener a los clientes mientras jugaban en el casino. Allí dejaban sus fortunas y si les quedaba algo, lo gastaban en la habitación de la joven muchacha.
Este fue el trabajo que encontró gracias a su belleza. Con un poco de suerte seguirá viviendo mientras dure su encanto.
Esta noche Imelda no ha llegado aún. Para Marichu, la espera se convierte en un calvario. Tras poner una denuncia en comisaría solo le queda rezar y llorar.
Cada noche Marichu va a la parada de la camioneta para esperar a su hija que nunca llega. Tristemente no está sola. Comparte su dolor junto a otras familias que viven la misma amargura. Antes del toque de queda, recorren las calles llamando la atención en las inmediaciones de las dependencias de la policía. Ellas solo quieren que se haga justicia y que sus hijas vuelvan.
A Ciudad Juárez le queda mucho camino por recorrer hasta que todos encuentren la paz. La multitud de denuncias provoca el apoyo de otros pueblos del mundo.
Según las costumbres mexicanas, el 1 y el 2 de noviembre los familiares llevan a la tumba de sus muertos las comidas que más le gustaban en vida. Ellos creen que por la noche salen a comer.
Marichu piensa que ella no llegará a eso. Su esperanza es ver a su hija, su precioso diamante, y olvidar la angustia vivida durante su ausencia.
A Marichu le gustaría sentarse en el porche con Imelda y disfrutar del nuevo día tomando un café y ver salir el Astro Rey subir a las alturas. Lo bebería a sorbos cortos sin importar su amargor.
¡Sueños de una madre!