Ellos fueron los
que me pusieron a rebuscar por toda la casa. Los rincones más escondidos, y
recovecos. Algunas veces, tenía que llamar a mamá, para que me sacara de ellos. Pero lo
que más me gustaba, era la banqueta que estaba cerca de la ventana del comedor.
Subida en ella, se observaba la calle. Cuanto personal y animales se paseaban
como si la calle fuera suya. Los burros y carros, siempre iban tirados de los
criados. Según ellos, los amos solo montaban a caballo y esperaban que les
llevasen solucionado los asuntos de las tierras.
Desde allí, pude
contemplar cómo se movía el personal del
pueblo.
La señora Elena,
una mujer baja, morena con el pelo recogido en la nuca. Siempre vestidas de negro con su
falda de vuelo. No la faltaba su mandil, con lazos atrás, la toquilla de lana
en invierno. En verano, llevaba un pañuelo fino, sobre los hombros, que
cruzando las puntas, lo ataba atrás en la cintura. Mamá, decía que era una gran
luchadora. Sacó a su familia pa, lantes, trabajando en casa haciendo el pan, que
luego vendía por el pueblo. No solo haciendo el pan. Tenía que venir desde el
Casar de Cáceres. A (Cáceres) A por la
harina y todo lo que le encargaban los vecinos. Los diez kilómetros que separan
desde el pueblo a la ciudad. Los recorrió muchas veces, a lo largo de su vida.
Por las mañanas
“tía” Elena salía temprano con el tablero a la cabeza, con el pan hecho, camino
del la tahona. La noche era corta para la familia, las hijas ayudaban en la
elaboración de estos menesteres. Iban con ella, Esperanza, Juliana y Felisa. Cuando salían,
el pan había cambiado de color e iba dejando el rastro de pan cocido en los
hornos con leña y el olor a jara, lo repartían en toda la calle. Disfrutando el
personal sin haberlo probado.
Juliana siempre
iba la última, y a su vez protestando porque su tablero pesaba, y eso, que era
el más pequeño de todos. Pero Juliana no le gustaba levantarse temprano, e iba
lenta y siempre arrastrando los pies. Para ella el madrugar era un auténtico
sacrificio.
Elena luchó mucho
en los años del estraperlo. Los años de miseria de España. Había que trabajar y
llevar el pan con toda la dignidad.
Los años eran
malos para el país, y había que estar contentas por tener en la mesa un plato
de sopas, y el pan. Y a veces, lo tenía que repartir con algún familiar.
Elena tenía una
libreta donde apuntaba a los que solían pagar, cuando el marido le pagaba el
jornal al final de la semana. “Tía” Elena no les exigía el pago ni metía prisa, sabía lo
difícil que era llegar al final de la semana. Juliana, que era más joven, se
encaraba con las que de vez en cuando se hacían las remolonas, y a consecuencia
de esto, tenía algún enemigo. Elena era más prudente y reñía a Juliana. En el
fondo, juliana tenía razón, el dinero estaba contado, y había que seguir
comprando la harina y la levadura para el negocio.
A Juliana los
vecinos no le tenían simpatía, y no se daban cuenta que en los negocios no se
puede ser blando. Si no, te comen y eso ha hecho arruinar muchas familias.
Desde la ventana
se contemplaban. El amanecer, las puestas de sol, la lluvia. Lo que menos me
gustaba eran las tormentas. Ese día mamá no me dejaba abrir la ventana, y las
veía a través del cristal. Cuando bajaba de la banqueta me sentaba en el suelo
y acariciaba mis venditos pies, por permitir tan maravilloso poder.
En el invierno de
la vida, es cuando echas de menos aquellos tiempos. Ahora que los pasos son
cortos y lentos y sin faltar algún que otro dolor.
En la vejez, a
falta de esos movimientos para ir y venir donde quieras sin dificultad.
Para eso, no hay repuestos. 22-6-2017 Joaqui.
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