martes, 30 de mayo de 2017

El penúltimo viaje




Segunda  página

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Más estrecha a la derecha. A la izquierda, dos el triple de ancha que la otra,  de las cuales se dividían por la mitades.
La parte de arriba, de la puerta, estaba casi siempre abierta.
 Habitación,  en la que puesta a punto, sirvió para vivir una familia.
Limpia y sin animales, esta se adecuó para pasar una larga temporada.
 Con el pesebre incluido. De él, papá lo preparó para el fogón. Allí, guisó Antonia todo el tiempo que vivimos en Hoyos.
Recuerdos tan agradables de nuestra niñez- y mucho que contar de ese tiempo. - ¡Y los buenos amigos que aún hoy conservamos!  

Voy llegando al destino nuevo. Va anocheciendo, cojo mi maleta y hecho andar. La distancia es pequeña, ya que conozco el pueblo. ¡Qué distintos a estos momentos! Después de sesenta y muchos años.
La misma sensación de desamparo y la misma lejanía con las gentes. Sus casas eran más pequeñas que   en aquellos años, ¡oh! ¿Es que ellas han menguado?, no sé, pero todo está distinto.
 Un chico joven sale a mi encuentro, y coge la maleta -dígame señora,- donde se dirige, y la llevo.
Voy al hotel El Redoble, tengo habitación reservada.
-Está anocheciendo y me dirijo al hotel. Mañana iré a ver la residencia-.
Camino del hotel pisando fuerte, voy observando sus casas y noto que han cambiado. Casas nuevas y sobre todo los habitantes que vamos cruzando.
 Esa pregunta la dejaré para mañana, con la luz del día veré las cosas de otra manera.
 Jacinto- el chico que lleva la maleta -es un joven delgado, alto, viste pantalón vaquero y camiseta de manga corta blanca y zapatillas de deporte.
Su cara morena y sus andares decididos y acompasados. Habló poco, solo comentó que trabajaba con su padre en el campo.
Al llegar al hotel le pregunte cuánto le debía, dijo que lo que quisiera darle, le entregué diez Euros, y se marchó dándome las gracias.
El hotel está situado en el centro del pueblo.  Como restaurante, es bueno y espacioso, sus terrazas, tanto en la calle como dentro,del establecimiento están muy solicitadas por el personal del pueblo.
El conserje me acompañó a la habitación, un señor entrado en años, bajo. Su cabeza no lucía melena, su calvicie le hacía parecer mayos, pero su cuerpo decía lo contrario.  
Después de dejar la maleta y asear me, baje a la terraza de la calle. Pedí una ensalada de fruta  variada y contemple el entorno. Intentaba que me fuese familiar, pero la oscuridad de la noche cada vez más acentuada, no se dejaba.
Quizás mis ansias de llegar al pasado se camuflaban con la realidad, y la confusión era  borrosa.
Agradecí las caricias del aire abrazando  mi cuerpo. Después de cenar, me quede saboreando el nuevo entorno.
Al rato oigo una voz, ¡señora, es hora de  recoger las mesa! - si es tan amable…
A la mañana siguiente, después del desayuno, me fui a recorrer las calles. ¡Cuánta ilusión! Cómo una niña pequeña que todo lo nuevo lo mira y remira, así anduve buena parte del pueblo.
Recordaba como en el pasado, corría por las calles, ahora me cuesta…

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